UNA FRONTERA CON PONZOÑA

Acabo de leer una novela breve de José Pulido,Paisaje de ponzoña (NSB, Grupo editorial, 2015). Asombra por su estructura fragmentaria, dislocada, que cuenta una realidad que a nadie le gusta: la vida de frontera. No cualquier vida, esa vida a la que tememos y pasamos rápido por ella. Pienso en cuál frontera pudiera ser, y viene a mi memoria aquella que vi de lejos, en el Territorio Amazonas, una donde podíamos pagar en bolívares, estando en el otro país, su vida monetaria estaba lejos del control de los bancos centrales de cada uno de los países que cruzaba. Unas lanchas nos podían trasladar hasta allí, a través de un caño, como los del Delta Amacuro. ¿Casuarito? Este era (lo digo en pasado como una esperanza) un pueblo gobernado por la FARC. Pero puede ser  cualquier parte de Venezuela.

Todo en este libro tiene veneno. Personajes involucrados en crímenes, todo es delito, hasta un cura encubre las relaciones entre una guerrilla y el pueblo que ha tomado en sus manos ensangrentadas. Pero también todo es candidez, los que se han marchado de este pueblo sin nombre ejercen oficios en urbes de las que no pueden salir tampoco y como siempre escuchamos a sus padres ignorantes de su verdadero oficio o lo ocultan por vergüenza. Narrada con fuerza poética Paisaje de ponzoña salpica de realidad lo que intuimos o sabemos, pero sobre lo que nadie hace nada.

Este nuevo libro del narrador que es Pulido, que desde sus primeras novelas (Los mágicos, El bululú de las ninfas, o sus últimos libros publicados: Los villanos son héroes tímidos, El requetemuerto, etc…) se ha tomado para sí contar la violencia, describir cómo se forma un delincuente violento, desde su vida miserable en medio de la pobreza como fatalidad, esa naturaleza que los sociólogos han explicado hasta el cansancio. Es la violencia sobre los seres humanos, esta vez desde el borde incontrolable de la orilla del país.

Pulido, como si fuera un pintor de frescos, como llaman esos cuadros fantasmales hiperrealistas, donde está todo, los retoma de manera directa y nos los sirve en la mesa como para que recordemos que tenemos una deuda en la sobremesa de nuestras vidas: la realidad de nuestras fronteras. Esa, que solo esta demarcada en los mapas pero que en verdad no hay tal líneas de rayas que nos separen. Está ahí, al lado, con el vecino o en la persona que trabaja en las casas, de doméstica o servicio como las llaman, obreros o especialistas, taxistas, esas personas que vinieron a buscar otra vida, honestas. De todo en ese paquete de migrantes que lentamente han visto que las fronteras de un estado han desaparecido, que aquí también pueden estar haciendo negocios sucios sin ningún control. Todas y todos vienen de esas violentas fronteras. Pulido demuestra con este libro, que no hay límites, que todo es todo y está revuelto y confluirá en un punto: nosotros. Lo que desde hace tiempo perdemos país. Ahora Guyana, antes San Antonio o Maicao, cualquier día una isla, pero mucho antes, fue por el mar y su viejo contrabando. Lo que llaman ahora “bachaqueros”, nómadas que cazan y pescan con su cédula de identidad, o su huella digital no es nada nuevo. Un país poroso por todos lados.

Muchas conversaciones del día a día venezolano giran en torno a la realidad política, como si fuera algo alterno a nosotros, que nos acompaña como un ángel angustiado y confuso. Unos dicen que cada lado está en problemas, que viven grupos diferentes, intereses, ausencia de valores, ausencia de ética, con diversos grupos, etc… De esas conversaciones recojo una parte referida a quienes gobiernan y sus diferentes clanes. Uno de los factores que gobiernan están en las cárceles, son los llamados pranes, incluso, escuchamos sus historias desmesuradas y nadie se inmuta; después de leer este libro extraño en nuestra narrativa, la imagen de que unos pranes controlan nuestras vidas no deja de estremecerme. La idea de un superestado, al que el Estado formal (el de la Constitución) no puede y no quiere controlar, paraliza y asusta.  Después de leer esta novela, uno siente que el narrador metió la realidad en una licuadora y mezcló todo, un todo de donde no puedes salir si no apagas las aspas que nos están licuando.

Sus capítulos cortos y seguidos como un rollo de papel, recuerdan las imágenes que se superponen unas a otras, a veces, los personajes continúan en el próximo capítulo otras no, al rato regresan con conversaciones trascendentes en un paisaje sin ninguna importancia. Un helicóptero puede estallar y es parte del paisaje y aparecen carros oficiales que van como a ver un espectáculo consabido, como en las películas donde la policía siempre aparece tarde. Saben que el control está más allá de ellos, que apenas son personajes de relleno en una realidad que está controlada en otro lugar. O un poeta cándido que se ve involucrado en una atraco de guerrilla urbana, que no se sabe adónde va el dinero que ellos sospechan que trafica un editor y en medio del asunto, el poeta ofrece leer unos poemas y acuerdan editarle el libro para evitar que hable del atraco chambón de unos guerrilleros de pacotilla, que pertenecen a esos colectivos sonsos que repiten consignas. No es parodia pero parece. A ratos no podemos creer que esto sea verdad, pero si la cotejamos con la narrativa de los pueblos fronterizos veremos su espejo en esta novela.

Pulido construye personajes entregados a una manera de vivir, sin salida, anacrónica, donde gobierna la violencia, otro orden sin Estado y sin leyes, solo el más fuerte es el que manda. Negociantes que construyen viviendas para entregárselas a los amigos, ladrones que roban ladrones en nombre de una utopía imposible, como todas, vidas sin vida, “vidas secas” que pululan en esa realidad con otro lenguaje. La lengua que allí se habla es de pólvora. Un gran negocio a placer para los ejércitos de ambos lados, un lugar liberado para el delito, como se dice ahora de las llamadas zonas de paz.

Narración del vértigo, donde  no tienes tiempo para respirar sosegadamente. Novela sin ningún artificio, novela que observa. Cruda. Los personajes van y vienen, no hay tiempo, todo transcurre sin día y sin noche, son personajes de vidas fragmentadas, inevitables desechos sociales. Espacio donde solo se siente el rumor del Estado o los otros como una sombra inútil, no hay diferencia alguna, son como “moscardones molestos” lejanos helicópteros que sobrevuelan la zona donde viven estos seres olvidados de todo orden o insinuación de un poder que ordene o ayude a vivir sus pobres vidas de lagartijas, como dice el narrador “el abandono es una palabra amarga en cualquier recuerdo”.

Solo Ezequielito, un niño, pequeña esperanza torcida, como su edad, o como dice su madre “inocente pero dañado”, se salva cuando cruza la frontera de agua que los separa del mal esquizoide que lo persigue desde niño, allí deja de escuchar las voces y cantos que lo atormentan. Pero se tiene que ir de aquel infierno que arma la guerrilla y sus testaferros. Personajes agrios, dulces, duros, jóvenes perdidos en la cocaína, si esperanzas, putas, cándidos, malos, buenos metidos en un espacio que ya no es de ellos, solo el otro lado del río saca a Ezequielito de aquella realidad si solución.

Pudiéramos decir que Ponzoña de paisaje es una novela pesimista, o  de un humor paródico también. Una novela que cuenta la inmadurez de ciertas utopías o de ciertas sociedades. Llena de personajes que no saben que va a pasar. Personajes sin país. Pulido es un novelista que entra en sus personajes y desde su corazón cuenta lo que cada uno de ellos siente desde la compasión. Como dijo en una entrevista reciente Rafael Chirbes, el asombroso novelista español autor de Crematorio –el narrador del “presente” como dice la crítica y que acaba de fallecer– narrar siempre es  desde “una tercera persona compasiva”. Así es este narrador, narra la vida de los otros, la de los que le abrieron las puertas al mal, la suya va en la poesía.

Julio Bolívar
Editor, profesor especialista en Literatura Latinoamericana

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Violencia y frenesí en el discurso de José Pulido

En Los héroes son villanos tímidos, José Pulido hace un “retrato de la realidad del barrio venezolano, que ha resultado ser una manifestación hiperbólica de los asentamientos humanos en Latinoamérica, es en este contexto un documento que servirá el día de mañana para el trabajo de investigadores que indaguen en este sustrato”

JOSÉ ANTONIO PARRA
@PARRAA23
19 DE SEPTIEMBRE 2014 – 12:01 AM

La representación que hace José Pulido en su narrativa sobre la realidad venezolana es demoledora. En efecto, la construcción planteada en el libro Los héroes son villanos tímidos supone una profunda reflexión acerca del verdadero drama social en Venezuela: la violencia. Y no queda únicamente aquí el abordaje de esta pieza, sino que se aproxima a aspectos incluso lingüísticos que son resultado obvio de la situación de deterioro nacional que experimentamos en el presente.

Basado en una sucesión frenética de atmósferas, el autor hace una puesta en escena de la violencia desmedida y sin asideros. El retrato de la realidad del barrio venezolano, que ha resultado ser una manifestación hiperbólica de los asentamientos humanos en Latinoamérica, es en este contexto un documento que servirá el día de mañana para el trabajo de investigadores que indaguen en este sustrato. Y es que el dialecto del malandro, del asesino y del traficante no puede ser observado desde una perspectiva moral, sino como la manifestación de algo que, en efecto, ha resultado nocivo en la medida que redunda en condiciones de vida deplorables y en la tragedia ilimitada.

Encontramos una variedad de historias tan variopintas como insólitas en este libro de cuentos; aparecen así el asesino compulsivo y sin emoción, el traficante de drogas, el joven de “buena familia” que termina siendo un vago de solemnidad, las hermanas que son prostitutas, los personajes del barrio en el clásico juego de fútbol o “caimanera” y  el prospecto de grandes ligas que termina, al igual que nos ha ocurrido como nación, saboteando su propio éxito cuando éste está en puertas.

Y es que por la naturaleza de las atmósferas la verosimilitud es extrema aun cuando pareciera que los relatos están situados en el lugar más ruinoso del mundo. Esa es parte de la naturaleza del barrio, una mágica religiosidad que redunda en esta suerte de género bien particular que me atrevo a nombrar como fantástico creole. En este sentido no dejan de haber matices de misticismo cuando el narrador alude a momentos trascendentales como la muerte del padre de los protagonistas en el cuento Nunca llegaron rosas para el amor de ayer. De esta forma, con palabras que dan un máximo nivel de realismo a la escena el autor nos refiere que “el hombre abrió los ojos hasta desorbitarlos y luego los cerró llevándose un trozo de techo blanquecino, unas aspas y un aleteo de persianas para el más allá”.

Sin embargo, hay una dimensión de lo emocional muy patente en estos pasajes en lo referido a la interrelación padre hijo. Aparece, en este espíritu, el obvio rencor del hijo ante el padre que lo abandona, al igual que el deseo de aquél por matar a éste.

Algo que es leit motiv en este trabajo es la forma como están elaborados los knock outs o cierres de las historias que sin duda llegan a una constelación del absurdo con matices surreales. En líneas generales, el lector culmina los cuentos con un sobresalto que lleva a la interrogante de qué pasó aquí y —más allá de ello— incluso fuera de la ficción y en la realidad aludida por ésta a qué está pasando aquí. En este punto lo paradójico del texto y de la tragedia venezolana aludida por éste se bosqueja en el hecho de que terminemos riéndonos de ella, de que la desgracia termine siendo algo chistoso, así como los 52 muertos de El Yimi, uno de los antihéroes de José Pulido.

Pero en medio de esa baraúnda de caos continuado al que alude el escritor, hay momentos que se refieren a emociones cargadas de profunda belleza melancólica, como ocurre cuando es relatada la cremación de la madre del protagonista del cuento El asunto es morirse. En ese instante la narración fluye con un “se fue a la calle a esperar y con el reproductor bajo el brazo, se sentó en un murito y se puso a llorar acompañado por el viento, las hojas y una mariposa”.

Asistimos con Los héroes son villanos tímidos a una fotografía sin precedentes del descalabro que suponen estos tiempos en Venezuela. Este trabajo invita a la reflexión de lo que somos y de aquella cultura en la que estamos inmersos y que pareciera llevarnos irremediablemente a un territorio apocalíptico.

Los héroes son villanos tímidos. José Pulido. Otero Ediciones. Caracas, 2013.

Papel Literario. El Nacional. 19 de septiembre de 2014

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Los héroes son villanos tímidos

José Francisco Ortiz Morillo / Escritor / ortizmorillo@gmail.com

Una aproximación a los textos narrativos de José Pulido, nos muestra las bondades de una escritura como un tejido donde lo contemporáneo aparece como si recién viniéramos del mito

Una aproximación a los textos narrativos de José Pulido, nos muestra las bondades de una escritura como un tejido donde lo contemporáneo aparece como si recién viniéramos del mito. Hay pasajes, nombres y objetos que pudiéndose fijar a espacios y costumbres, toman de pronto una morosidad implacable hasta hacerse invisibles, pero el lector no sabe que ha pasado a la otra orilla, y en ese tránsito los personajes se hacen familiares, arraigados a un recuerdo, como un sueño atravesado por los fantasmas de la realidad.

Son textos que obedecen a una voluntad superior, afincados en el vértigo de la experiencia no intentan demarcar fronteras. Son límpidas estructuras, constatadas en el marasmo de la sociedad, en el circuito del quehacer humano con sus dobleces y virtudes como un desafío irredento. He aquí una fortaleza: narrar no es simplemente complacer a un auditorio, abrir una historia ante los ávidos lectores, no es un almacén donde se pueden adquirir porciones de personajes y situaciones, tal vez estas cosas parecen conformar a cualesquiera relatos, si este fuera el caso, no habría literatura, los cuentos, los verdaderos cuentos, como en el caso de José Pulido, tienen una zona de misterio, de desagravio y complejidad cercanos a la poesía.

Esa es la certeza de una escritura apasionada, que discurre en la nobleza de un decir, que no solo quiere contar, sino abrir los pliegues de la palabra como anunciadora del festín de las soledades del siglo, que puede rebasar lo epocal para encontrarse en la cotidianidad de lo humano en el mundo: nunca sabrá el hombre qué destino le deparan las horas, si, por acción y desmesura de los dioses, el momento del abandono surge de la esquiva oquedad de las miradas.

En fin, que estos textos nos devuelven, gratificándonos, la sobriedad de la prosa donde el escritor no es juez ni acusador, de cuánta violencia haya en el mundo, puede ser de alguien que, caminando junto al dolor, la tristeza y el oprobio de la gente, se detiene como un ángel sin que le sea dado cambiar el curso de las cosas, porque su intangibilidad no puede alcanzarlas, porque, en todo caso, alienta el porvenir de las almas en fuga.

 Lunes, 19 Agosto 2013 . Diario La Verdad.

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Crónicas del Olvido

LA CORTE MALANDRA DE JOSÉ PULIDO

Alberto Hernández

1.-

José Pulido “imagina” el mundo donde, rezagados mentales, pandillas, mujeres abandonadas, madres y desmadres, niños expósitos convertidos en farallones sociales, matones románticos y solitarios, prostitutas soñadoras y hasta un cura y un comandante, organizan cada uno de los cuentos que en un libro conforman un país titulado Los héroes son villanos tímidos (Otero Ediciones, Caracas 2013), en el que el también autor de Pelo blanco (1987) entra y sale asistido por voces escabrosas y una visa que lo lleva directo a los lectores.

Imagina, digo, en lugar de captar con todos los sentidos, ese tejido donde los malos y buenos sentimientos se juntan, y construye el relato de un territorio que explica su tragedia desde la propia tragedia, desde el seno de sus más cercanos crímenes, desde la inocencia encriptada en un disparo contra la humanidad de quien se atraviese en la vía. O desde el constructo de la venganza.

(Un desvío en el viaje para revelar una experiencia previa a la entrada al libro de Pulido, me permite ser parte de una urbe en la que muchos ya no pronuncian sus nombres propios. La cristiandad de una llamada nominal, aunque sea para el más débil de los saludos.

Una cola de fantasmas, asistida por santeros de variadas y dudosas promociones, brujos diplomados, quirománticos siderales, policías utópicos, magos de semáforos, tragadores de candela, militares líricos y expertos en materialismo dialéctico, maestros irredentamente eufónicos y afónicos, revolucionarios de apretada agenda comercial, capitalistas sonrientes, buceadores de niñas y damas libertinas, tanteadores de espasmos y, pare usted de contar, espera el turno para realizar la compra semanal en una muy iluminada tienda esotérica atendida por un antillano adornado de oro y collares. Pegado de una imagen de Santa Bárbara reposa en eterno silencio un Chávez tallado en madera. A su lado, cinco santos varones, la Corte Malandra, la misma que el narrador desliza por las páginas terribles de este libro que tiene como portada la referencia de un país destartalado, hundido en la violencia y caos cotidianos, en el amontonamiento social en una colina –topos uranus flagelado por la propaganda- cubierta por un cielo que anuncia tempestad, como reza el viejo y ya anacrónico canto federal).

2.-

Este es un libro de cuentos que no se lee: se respira con el mismo ritmo de los verbos que lo accionan. La realidad ya no es tal: la ficción tan eficiente es el miedo que hemos traído de la calle y llevado a la casa en la bolsa donde van estas anécdotas/ víveres, tan de todos los días que nos hemos casi acostumbrado al duelo, al luto con fin de semana larga y patria incorporadas, como puente vacacional con próceres edulcorados por un lamento estático. Somos el cuento de una sensación decretada por el poder. La metáfora de una mentira. Somos el instante de un susto. El susto mismo, pero sin la estadística de quienes desde la poltrona de la opinión ejecutiva resbalan y se sientan a ver el paisaje como una película de la cual hay que resaltar las bonanzas de un Estado que recoge los muertos y los deposita en la morgue. Aunque nunca aprendió a leer a Poe.

Entonces, la densidad de una anatomía perforada. El cuerpo abierto de un anónimo que tiene como apellido la carne abollada por un proyectil o rasgada por un cuchillo.

3.-

Un muchacho que asesina mientras ve su chorro de meados caer sobre la tierra de su barrio, por prefigurar un instante en el patio de cualquier vecino. Un muchacho que oye las voces de un ángel (flexión poética para no desbrozar la esquizofrenia que se ha aposentado sobre ciertos espacios urbanos y mentales). Un tipo que mata, que se descuelga de la vida y dispara desde sus 15 o 17 años de edad para sumarle a su cuenta personal 17 o más cadáveres, es el emblema de una bandera sin estrellas. O sí, la única estrella es él, el símbolo de una organización que se ha hecho masa, colectivo en una sociedad insana. El narrador mira y cuenta, respira y huele, oye y se duele. Relata desde su paseo por el país, por el mapa que le ha tocado ocupar y percibir. Hace historia desde una ciudadanía dolida. Tanto como se sienten los personajes, dolidos desde la perversión e inocencia de niños empujados por el infierno. Entonces Yimi Loreto es la sombra de un fantasma que hace cola para matar y luego ofrendar a su único amigo, Batman, la referencia afectiva que lo destaca como ser humano.

Y desde este génesis adánico, no por plácido sino por iniciático, José Pulido nos regala una lectura dura, áspera a veces, pero también ingenua desde quienes nos auscultan como actantes (porque los personajes nos miran y hasta nos juzgan. También nos matan). Una lectura que, como afirma Héctor Torres en el prólogo, es “un sabroso volumen”, afirmación que podría redondearse como “sabrosamente dolorosa”, aunque suene mal.

Infidencia o nota casi bene desde la Corte de los Milagros:

(Confieso que esta lectura, al margen del olor del mar que Irma Melecia a diario consume, me dejó estático en la misma ventana que se ha hecho personaje literario en mis andanzas. Veo a través de ella un nubarrón que viene de la costa. Veo una nube que descarga su rabia sobre mi ciudad. Siento que alguien se ahoga en su casa. Oigo un trueno y un disparo. Identifico en la cola de la tienda esotérica los nombres de una lista que se ha ido borrando con la lluvia. Veo los mismos fantasmas de José Pulido. Veo gente extraña, desfigurada, hinchada. Pero también veo otra gente que lleva una carga distinta. No se trata de hacer sociología. Veo un país literariamente enfocado. Hasta ahora. En todo caso, llueve. Abro la nevera y un huevo triste me mira desde el frío.)

La Corte Malandra se confunde con un largo poema, con la manera de escribir de este poeta/novelista que también se atreve, desde su inteligente periodismo, abordar el imaginario y la realidad de una geografía que se dibuja sin necesidad de trazos.

Letralia.com

JosePulido1

Los villanos de José Pulido no son tan héroes ni tan tímidos

La dureza de la vida estaba por todas partes.
Lo primitivo, lo tosco, la sobrevivencia.

José Pulido

Enrique Viloria

Una auténtico reclamo contra la villanía, la bajeza, la maldad, la crueldad, la malquerencia, es la esencia indiscutible del nuevo libro de cuentos de José Pulido, Los héroes son villanos tímidos, Otero Ediciones, Caracas, 2013. En efecto, el narrador se adentra en el cuerpo y en el alma de un grupo variopinto de seres humanos hechos para la violencia de todo género y signo: la doméstica, la criminal, la laboral, la verbal, la gratuita y la pagada, en fin, esa endiabladamente cotidiana que los venezolanos enfrentamos sin piedad en calles, periódicos, esquinas, y noticieros, y que asume el triste nombre de morgue, luto, llanto, ajuste de cuentas, sicariato, funeraria, cementerio, en fin, de muerte inútil e innecesaria.

Reconoce sin ambages el narrador – como lo han asentado otros escritores y pensadores – que el hombre parece estar más hecho para la guerra que para la concordia, para la destrucción y no para la procreación, para la violencia y no para la paz; expresa Pulido, refiriéndose a la guerra inveterada, a la violencia humana – convertida, a lo largo de la historia de la humanidad – en inevitable tema de la literatura universal: “Constantemente me preguntan por qué escribo sobre la violencia. Y no hay respuesta, pero creo que todos los escritores de la gran biblioteca universal, no han hecho más que relatar la violencia en sus diversas facetas. Hasta los yahvistas y los evangelistas. Tampoco son apacibles en su bellezaLas mil y una noches, La Caperucita roja, Otelo, Romeo y Julieta, Don Quijote de la Mancha, Doña Bárbara, La metamorfosis, La mano junto al muro. La violencia marcha unida al deseo de paz, a la preservación de la mansedumbre. Se trata de algo enfermizo que viaja entre el amor y el odio, la vida y la muerte, la ignorancia y la sabiduría. Por si fuera poco, sé que la violencia ha sido y seguirá siendo uno de los negocios más prósperos que se han inventado. Sólo basta echarle un vistazo al papel que juega el dinero en cualquier acto violento”.

Es la violencia ubicua, omnímoda, brutal, incomprensible, la que caracteriza a los personajes de Pulido, extraídos de la veracidad de la imaginación, de la implacable realidad urbana que no es ninguna fantasía sino pura concha de ajo. Seres abyectos, despreciados y despreciables, viven – si es que una existencia hecha por y para la muerte puede ser llamada vida – para morir matando, el Yimi Loreto quien “mata como si estuviera orinando: no se puede aguantar: es tan asesino que casi no es otra cosa”, es la expresión humana por antonomasia de esa violencia sin sentido, raigal y ontológica, que ni siquiera los Ángeles del Cielo, convocados por Pulido para ejercer la justicia divina, saben como domeñar.

Recurre el fablistán a su larga experiencia de reportero urbano – que todo lo ha visto y reseñado como un indefenso ángel de la calle – para incorporar a sus desmañadas narraciones a unos personajes que son expresión de la más baja calaña humana así como de un lenguaje que es manifestación de un habla degradada, de un español castigado por la ignorancia y recreado por una calle carente de sintaxis y ortografía. Pulido se adueña de esa particular manera de decir y de nombrar que tienen esos seres del inframundo impulsados por la mala leche, por la ausencia de oportunidades y que han decidido, sin ambages ni mucha reflexión, ser malandro, sicario, excluido social, azote de barrio, hampón, estadística policial de fin de semana. Dice Pulido diciendo como ellos dicen: “Mire, panita, yo no sé quien es usté, pero si es un alma en pena lo mejor es que se vaya diendo…yo mato pa que no me jodan…deje que taba chiquito, ando como loco, polque sentía que un bicho me estaba pelsiguiendo… lo sentía de noche, los sentía de día…me resollaba en el lomo…por eso le echo plomo ar que se atraviese…”

El escritor se adentra compasivo en el dolor colectivo, en el familiar, en el intimo y personal, en ese sentimiento incomparable que experimentan cotidianamente las madres de los barrios y de las urbanizaciones todos los amaneceres cuando se asoman al cuarto del hijo y se encuentran con la cama vacía, y sin mensajes en el celular: “Le he pedido a la Virgen de los Dolores, a la Virgen de Coromoto y le he ofrecido promesas a las ánimas del Purgatorio para que me lo traigan sano, y tengo mucha fe (…) pero por la mañanita escucho la radio y me asusto en demasía porque siempre aparece un cadáver que no saben quién es, un ahogado, un tiroteado, un desfigurado (…) Escucho la radio esperando los números de la lotería y siempre gritan ¡última hora! y hablan de un tiroteo y varios muertos y se me encurruja el alma…”

Violento, incomprensible, iracundo, desgarrador, implacable, cruel, frustrante, demasiado urbano y poco humano, es el universo chiquito que andan y desandan los villanos, los antihéroes de José Pulido que nada tienen de tímidos al gritar ¡Quieto o te quiebro! El escritor expresa en estos cuentos de sangre, pólvora y orín su profundo desasosiego, su más genuina angustia, por la roja Venezuela que la dirigencia nacional viene construyendo, y a manera de excusa y explicación, afirma contrito:

“Yo escribo de la violencia sin odio y sin amor por ella, aunque quisiera que el amor predominara. Sé que el amor es la sangre de Dios. Si hay un Dios, su fortaleza verdadera debería ser el amor. Pero es más fácil encontrar a una multitud odiando que a una multitud queriendo. Todos sabemos que ningún proyecto social puede consolidarse si no se le pone orden sereno y consciente a la violencia, pero como que no es suficiente saberlo. Como que no es suficiente sufrirlo. Cuando la gente nueva de hoy se convierta en la gente usada de mañana, tendrá que hacer mercado de recuerdos y nostalgias. Y ojala tenga lugares de referencia para hacer ese mercado sentimental, como yo he tenido las redacciones y el pueblo que habita en todos los periódicos. Hablo de las nostalgias a las que uno acude cuando se trata de impartir justicia y reconocer que en determinado ámbito se aprendió lo sublime y lo tosco. Y que todos, en definitiva, somos hijos de un país que nos necesita juntos en el acto de sembrar y de aumentar las siembras, para que vayan disminuyendo los cementerios”.

 Noticierodigital.com. 21 Febrero, 2013.
El escritor ha probado todos los géneros de ficción y del periodismo

El escritor ha probado todos los géneros de ficción y del periodismo

José Pulido: “La tragedia está más cerca de la gente que la alegría”

Michelle Roche Rodríguez

19 DE FEBRERO 2013 – 12:00 AM. El Nacional.
La violencia desbandada que padecen los venezolanos en las últimas décadas se ha convertido en una excusa para la edición de libros que retratan ese problema desde el periodismo o la ficción. Redundan estas publicaciones sobre las imágenes de muchachos armados y malhablados, de baja extracción social, que parecen proclamarse como la imagen del fracaso de la modernidad en Venezuela.

Uno de los títulos más recientes de ese estilo es Los héroes son villanos tímidos (Los Libros de El Nacional), que José Pulido presenta esta noche.

El volumen de 175 páginas reúne 17 cuentos ambientados en los círculos marginales de las urbes venezolanas, en las que sin orden ni ley grupos o individuos armados imponen su voluntad y donde la providencia está determinada por el santoral de la llamada “Corte malandra”, deidades que ingresaron al panteón de la santería venezolana, luego de haber vivido como criminales de barrio en la década de los ochenta.

“Aunque trabajé para las páginas culturales de El Nacional, El Universal y El Diario de Caracas, cada vez que podía colaboraba con la fuente de sucesos e inclusive llegué a tener una columna en la que escribía sobre esas historias de la calle. La tragedia está más cerca de la gente que la alegría”, afirma el escritor, que recogió todos los testimonios en un libro de crónicas y entrevistas que nunca publicó y que sirvió de materia prima para la colección de relatos que ahora ve luz.
Por eso, Héctor Torres, que escribe la introducción del volumen de cuentos y a quien le corresponde esta noche pronunciar el discurso de presentación, describe a Pulido como “un lector ávido de la literatura y de la vida que ha producido una estética muy suya, en la cual confluyen la crónica de las vidas más comunes y ordinarias con una extravagante imaginación”.

De la realidad y la oralidad. Estos últimos años, Pulido ha dado muestras de ser un trabajador incansable, pues ha publicado varios libros y se ha convertido en invitado asiduo de tertulias dentro y fuera del país. Editó con el sello asociado a El Nacional las memorias Gustavo Dudamel: La sinfonía del barrio y, unos meses después, su novela policial El requetemuerto apareció en la colección de Ediciones B dedicada a ese género. En octubre del año pasado representó a Venezuela en el quinto encuentro de poetas iberoamericanos que se celebró en España.

“Mientras estoy escribiendo novelas se me ocurren los cuentos. Me ocupo de terminar uno al año. Tenía esas historias guardadas por allí y, luego de publicar el libro de Dudamel, mis editores me los pidieron. Si no, no los hubiera publicado, porque aunque somos un país de cuentistas a casi nadie le interesa editarlos”, dice quien fue dos veces jurado del Concurso de Cuentos de El Nacional.

Contraviniendo las opiniones de Jorge Luis Borges, para quien la fidelidad de la reproducción del habla de los personajes era secundaria a la intención estética de los escritos, Pulido opta por el naturalismo de las expresiones. Por eso destaca en el libro el esfuerzo por imitar la jerga malandra hasta el paroxismo. “Mire, panita, yo no sé quién es usté, pero si es un alma en pena lo mejor es que se vaya diendo… yo mato pa que no me jodan… deje que taba chiquito”, le dice Yimi Loreto a su ángel de la guarda, en el cuento que abre el libro.

Para el autor de la novela El Bulubulú de las ninfas (2007), esta herramienta es una manera de reproducir la realidad tal cual es: “Uso esas expresiones porque el lenguaje se ha ido deteriorando en todos los niveles, mucho más en esos sectores. Quiero que se vea cómo habla el que jamás se enfrenta con un libro y el que ignora que existió un tipo llamado Shakespeare. Eso me angustia”.

A veces portentosos, otras increíbles y la mayoría de las veces profundamente reales, los personajes de Los héroes son villanos tímidos pueblan una Venezuela que muchos quisieran olvidar.

Bautizo de Los héroes son villanos tímidos de José Pulido. Palabras de Miguel Henrique Otero y Héctor Torres. Hoy, 7:00 pm. Sede de El Nacional.

Los autores son demonios tímidos

Héctor Torres

Una perpetua reproducción de unas pocas ideas con un número infinito de variantes, tan sutiles que no son demasiado explícitas a simple vista, pueblan el mundo. Como las hojas de los árboles, o los granos de arena, una misma fuente va produciendo formas que requieren de una reposada observación para descubrir su condición de únicas.

Sólo concebirlo produce vértigo. Ese mismo vértigo que expresara un personaje de un famoso cuento, al señalar que “en ese instante gigantesco, he visto millones de actos deleitables o atroces; ninguno me asombró como el hecho de que todos ocuparan el mismo punto, sin superposición y sin transparencia”, dando vida a una idea contenida bajo una sencilla y misteriosa palabra: El Aleph.

Ese relato puede leerse bajo infinidad de perspectivas (de variantes). En una de ellas se lee una metáfora de ese afán inútil de la literatura de contener al mundo en su totalidad. En otra, se representaría la idea contraria: que el objeto de la literatura es, precisamente, entender que el mundo es un todo, con sus inagotables variantes de formas visibles y metafísicas, y que esa unidad caótica es su campo de acción. Que nada escapa al ojo entrenado para ver las infinitas variantes de las ideas y sus complejas relaciones.

Desde esta lectura, la literatura sería ese ejercicio maravilloso de descubrir todas las formas de la vida que desfilan ante nuestros ojos. Pero es un ejercicio al que están llamados los que tienen esa capacidad de asomarse por esa mira.

Es el caso de José Pulido.

*

Recurriré a mi calamitosa memoria para recrear la siguiente anécdota. Tendría unos doce años. Me recuerdo como un muchacho melancólico. Mi interés por escuchar música en silencio y leer todo cuanto caía en mis manos confirma esa presunción. Conocía muy poco de literatura patria, pero en mi aventura silenciosa con la prensa de fin de semana, comenzaba a recordar las firmas que suscribían las columnas a las que me iba aficionando. De una de esas firmas que me dedicaba a leer con deleite pertenece este relato. Se trataba de un niño que va con su madre, un primero de enero, a visitar a un pariente que vivía cerca. El niño se adelanta a la madre (que viene distraída conversando con otra señora) y, en una de esas, un zagaletón lo intercepta y le quita sus pertenencias. Sopesando el escaso valor de uno de los objetos que le robó (quizá un reloj) el tipo se lo devuelve diciéndole: “toma, chamo, te lo regalo”. El niño ve al malandro alejarse y piensa que ese será un buen año, porque lo comenzó recibiendo regalos.

Más o menos de eso iba. Al menos, como ya dije, así la rescato de alguna gaveta del recuerdo. También recuerdo que la releí, afectado y maravillado, un par de veces. Afectado por la crueldad de la situación en contraste con la inocencia del niño; maravillado porque las palabras escogidas, la atmósfera desarrollada con tan pocas palabras, el desenlace de la historia, me producían un extraño deleite: esa fascinación que produce el horror o el misterio. Allí, en ese relato, escondido entre tantas noticias aburridas que pretendían informarme del mundo circundante, estaba la calle, con sus peligros y aventuras. Y estaba, también, la condición humana, sus mezquinas bajezas y el resplandor de la ingenuidad. Y estaban las infinitas lecturas de un mismo hecho: la que hizo la víctima y la que harían los cientos de lectores del relato.

Ese texto tenía, además, la impronta de otros que había leído de ese autor. Si yo hubiese tenido ideas de conceptos como “el estilo”, hubiese intentado definir el suyo como “malandro, despeinado, pendenciero y con mucho pateo en los recovecos menos iluminados de la calle”. Era un autor que sabía hincar el diente en la escena cotidiana para sacarle el agridulce jugo a la vida: lo que tiene de atroz y lo que tiene de esperanzador. Alguien que uno, de tanto leer, podía sentir como un pana de más edad con “algunas cosas” que contarnos de la calle, sin petulancia y sí con deseo de compartir el gozo de este caos llamado vida.

Tiempo después, siempre solo, siempre en silencio, caminaba por las calles del bulevar de Sabana Grande y me detuve frente a un vendedor callejero de libros usados: buscaba con la vista algún nombre que me dijera algo, a la vez que me lamentaba ante los vacíos de mi conocimiento sobre el tema, cuando tropecé con alegría con el nombre de un autor que ya era de los míos; ese que leía con tanto gusto en la prensa de fin de semana. Se trataba de un libro negro con letras en amarillo en las que se leía: Una mazurquita en La mayor, y en la siguiente línea el nombre de su autor: José Pulido.

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Quiso la generosa vida que a ese autor al que ya había leído en algunos de sus libros, lo conociera una noche en un evento en Maracay, cuando Lennis Rojas y yo ya estábamos iniciando Ficción Breve Venezolana; que pudiésemos conversar con un poco más de detenimiento en una ocasión posterior; que conociéramos su hospitalidad y generosidad cuando éramos unos ávidos y desconocidos lectores de literatura venezolana y que, con el paso del tiempo, pudiese llegar a conocer, de su propia boca y en gratas conversaciones, su modo de ver la literatura y abordar la escritura.

También, que me regalara, junto a un café dominical, mientras yo le contaba lo que para mi entonces era una cuita tormentosa que ahora me genera sonrisas compasivas, una de las máximas que me han acompañado a lo largo del camino. Luego de escucharme pacientemente, me dijo con esa serena resignación del que viene de vuelta de tantos caminos, algo que me produjo un raro optimismo: “Quédate tranquilo que tú sabes hablar, y todo el que sabe hablar siempre va a arreglar sus cosas”.

Es también de ese Pulido de café otra sentencia que, de por sí sola, ilustra la manera en que sus personajes miran a los de sexo opuesto: “Yo creo que hombres y mujeres vienen de planetas distintos, y fueron puestos juntos en la Tierra por un dios jodedor”.

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Me permito estas infidencias personales porque representan la materia que tengo a mano para decir que la literatura no es un ejercicio que adorna la personalidad, ni es un agregado a una hoja de vida. La literatura, cuando se ejerce con honestidad, que es la única forma en que se puede ejercer para que merezca tal nombre, se produce desde los intestinos, desde la sangre intoxicada de dolores, angustias y soledades, y vuelta a regenerarse a punta de temple. La literatura, para ser literatura, se ejerce desde la propia vida: sin paracaídas ni certezas. Es un oficio para el que sabe arriesgarlo todo porque no tiene nada que perder. Para aquellos a quienes un reto que ofrezca garantía de éxito pierde todo interés.

Y así ha vivido José Pulido la literatura. Desde el riesgo y la ausencia de certezas. Y esa forma de hacer la vida y vivir la literatura, en la que se ha ganado el pan con su pluma en todo ámbito en que eso resulte posible (eso incluye el guión televisivo, el periodismo y un largo etcétera) ha dado forma a su estilo. Un estilo limpio, desprovisto de afectación, en el cual prevalece la claridad del periodista que convivió durante décadas con el narrador, para quien toda historia resulta valiosa: la que no sirve como noticia, sirve como literatura.

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Los cuentos que componen este volumen de sugestivo título denominado “Los héroes son villanos tímidos”, dejan constancia, en cada rincón, del credo o la estética de José Pulido con respecto a la narrativa. En el primero de ellos (Alas que nadie escuchó), por ejemplo, el personaje es un ángel que tiene que acompañar a Yimi Loreto (quien «mata como si estuviera orinando: no se puede aguantar. Es tan asesino que casi no es otra cosa»), pero no para juzgarlo, sino para llevar cuenta de su vida a fin de ayudar algún día a decidir qué hacer con él. Tal es la labor del narrador: acompañar a los personajes y describirlos tal cual son, sin pretender juzgarlos.

En el texto que da nombre al volumen, Pulido hace gala de una de sus armas secretas: despojar la vista de toda conciencia adulta, para mostrarla con el terrible esplendor de la inocencia. Allí, el protagonista, un niño que crece solo con su madre debido a que su padre los abandonó, explica las complejidades de las decisiones humanas desde la altura a la que las ve: «El único amigo que yo tengo es Batman, con él me escondo y hablo. Un papá así como tú es que yo quisiera tener, le digo. Y Batman, con las manos en la cintura dice lo que no se puede no se puede». Economía de palabras y contundencia de imágenes son las herramientas mediante las cuales los adultos descubrimos la ausencia de sensatez en nuestro modo de llevar la vida.

Tendría muchas cosas que decir de los 17 relatos que componen este sabroso volumen cargado del mejor estilo narrativo de José Pulido. Me resulta injusto, sin embargo, abusar del tiempo del lector. Sí agregaré que cuentos como “Nunca llegaron rosas para el amor de ayer” es de los más hermosos que he leído en los últimos tiempos, y que el afortunado lector que tiene este libro en sus manos lo podrá constatar.

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Un lector ávido de la literatura y de la vida, que ha producido una estética muy suya, en la cual confluyen la crónica de las vidas más comunes y ordinarias con una extravagante imaginación, para producir textos donde se pasa de lo más deleznable a lo más prodigioso, como la vida vista desde un gran angular.

Los héroes son villanos tímidos despliega una galería de personajes despreciados, solitarios, segregados, seres que se hacen acompañar por sus pensamientos, dolores, perjuicios y fantasmas. En sus páginas los padres ausentes, los hijos vengadores, los justicieros fallidos, conviven junto a las viudas y novias que ya no esperan, las mujeres malandras y las madres que nunca dejarán de hacerlo. Ese universo donde vive el pasado, que «es un pantanal de dudas» que nunca tendrán respuestas, con la esperanza que permite intuir que «del más distante rincón de la memoria viene a veces un murmullo de amor».

Del terror a la ternura, del dolor a la esperanza. El miedo al pasado se cruza con el miedo a perderlo. La angustia de esa cosa que se conoce como el libre albedrío: nos dieron una vida para usarla y el uso que le demos, lo sepamos o no, es nuestra responsabilidad.

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José Pulido es un narrador natural, cuya obra sólo podría realizarse con una dedicación a tiempo completo del oficio de vivir, observar e indagar en los secretos mecanismos que mueven la vida. Escribiéndolos, así sea mientras camina en silencio por la acera o mientras duerme. Una pluma con garra, capaz de reproducir las imágenes, los sentimientos, los estados alterados de la mente, como si asistiéramos a una película larga y extraña, de la cual nunca tendremos certeza absoluta sobre las escenas de las que fuimos testigos: qué tanto vimos, qué tanto imaginamos, qué tanto recordamos.

En las historias de “Los héroes son villanos tímidos” flota un aire que hace del optimismo o de la resignación una trinchera de resistencia porque, en efecto, la vida no es un remanso de paz, dicha y justicia. Es una forma de ir dejándose llevar por ese río que siempre tiene un destino para cada quien, y el cual deberá vivir con sus consecuencias.

En este volumen que tengo el honor de prologar, Pulido pone de manifiesto una sentencia suya que podría ir tallada en su escudo de batalla, como lema de su linaje de narrador: “A veces creo que sin la ficción, la realidad sólo sería un montón de carne pudriéndose, y que el corazón solo sería una víscera”.

Héctor Torres. Bio / Prensa / Títulos publicados / Textos sueltos

Escritor venezolano asegura que la poesía puede encontrar caminos, porque es más que un género
Escritor venezolano asegura que la poesía puede encontrar caminos, porque es más que un géneroFotos: EFE-Archivo

José Pulido: «La poesía es un modo de vivir»

Venezolano ha abogado por que los autores “sean capaces de transmitir sus visiones y compartirlas con la gente”. Considera “que todo contiene poesía, incluso la soledad”.

Madrid / España.- El escritor y narrador venezolano José Pulido aseguró  en Salamanca (norte) que la poesía “más que un género, es un modo de vivir”. Ha abogado por que los autores “sean capaces de transmitir sus visiones y compartirlas con la gente”. Para él,  “todo contiene poesía, incluso la soledad”.

Así lo manifestó Pulido durante su participación en el XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos que se inauguró el miércoles en Salamanca y que en la presente edición gira en torno a la poesía de Miguel de Unamuno.

Para aferrarse a la vida

Para Pulido, la poesía en los momentos actuales se encuentra en “una situación muy interesante” porque “está dando brazadas para aferrarse a la vida”.

“Hay muchos modos de pensar  y como todo es convulso, la poesía puede encontrar caminos, dado que ésta es un modo de vivir más que un género”.

Desde su punto de vista, los poetas deben “transmitir las visiones” que tienen y “compartirlas con la gente” porque “todo contiene poesía, incluso la soledad”.

En relación a que esta décima quinta edición del Encuentro de Poetas Iberoamericanos tenga como protagonista a Unamuno, Pulido hizo hincapié en que el pensador vasco que fuese rector de Salamanca. “Siempre fue un hombre reconocido como un gran filósofo, un docente y un gran poeta, pero diferente”.

Asentó su afirmación en el sentido de que “la mayoría de los poetas son como más niños, pero él fue más abuelo, más educador que alumno”. Así  remarcó que “uno cuando lo lee, siente como si fuera un padre poético”.

De la poesía de Unamuno, Pulido destacó “la vigencia” que tiene en “relación con la visión y el análisis que él hizo del ser humano”. Y ahonda: “Él prefería  al hombre bueno antes que al nuevo y veía al poeta como un vidente”, algo que, según sus palabras, “es importante porque hoy en día mucha gente ha dejado de percibir la presencia del poeta”.

Añadió que los autores de este tipo de género tienen “un sentido que sirve de guía a la gente y, si ésta nos escucha, podemos ayudar a resolver problemas que no deberían existir”.

El XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos comenzó con lectura de poemas en la que se escuchó una grabación del propio Miguel de Unamuno.

Los  participantes   
Al XV Encuentro de Poetas Iberoamericanos junto al venezolano  José Pulido también participaron el español Miguel Velayos, así como los escritores iberoamericanos Pablo de Tarso Correia de Melo (Brasil), Basilio Belliard (República Dominicana), Héctor Ñaupari (Perú), Reinaldo García Ramos (Cuba) y Gabriel Chávez Casazola (Bolivia).

ElTiempo.com.ve

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