Los héroes son villanos tímidos

ALAS QUE NADIE ESCUCHÓ

 

 

Hasta lo que va de fecha, El Yimi ha matado a cincuenta y dos personas que no conocía. Tal vez intercambió miradas con alguna de esas víctimas, en equis momento, mercado, bar, semáforo, ventanilla de autobús, pero seguramente fue como tropezarse visualmente con alguien, porque de miradas distraídas y sin asidero está compuesta la multitud.

—Esamielda me tiene friquiao… voy a tené que despojáme…

El ángel Amosabel sigue todo el tiempo a Yimi Loreto. Lo estaba viendo cuando mató a cada una de las cincuenta y dos personas, que cualquier día de estos pasarán a ser cincuenta y tres y así sucesivamente. El ángel lo observa asesinando pero no puede impedir esos crímenes. Tampoco es su protector: simplemente cumple con la misión de mantenerse a unos pasos del sujeto, hasta que el Todopoderoso le manifieste lo que ha tiene previsto hacer o deshacer con ese caso, en particular.

—Paonde voy calgo el saperío atrás, a mí la matraca no me va seguí jodiendo con sus sapotretos… un palo de aníj con basuco es lo que miase farta…

Amosabel no ha sido creado para sentir odio, ni otras variaciones sentimentales, mientras ejecuta la tarea que le han encomendado, aún siendo testigo de las masacres que origina la falta de puntería característica de Yimi, cuyo malévolo tránsito va dejando una estela de camisones bañados en sangre, ancianas agujereadas por la espalda, niños perforados y desmadejados que en el pavimento o en el parque se encogen como imitaciones de goma, cabezas despatilladas; perros heridos que pierden de repente una pata y chillan sin comprender la súbita mutilación.

—El Señor hace lo que hace y es siempre lo mejor hecho, pero Amosabel tiene una inquietud que siento retumbar en mí.

—Amén…

—Zorel ha pensado lo mismo y Galadriel ha parecido llorar en la tarde del jueves debido a eso, pero no fue propiamente un llanto.

—Aum….

—El año ha durado menos cada año y ha sido más fugaz, según Ardentio, quien lleva un siglo mirando hacia todos los horizontes sin ver nada…

—Amén…

Amosabel anda cerca de Yimi desde el mismo día de su nacimiento porque el muchacho muestra un alma extrañamente deteriorada. Todo el mundo tiene defectos y virtudes y las almas están allí para irse elevando por encima de lo tosco, pero la de Yimi presenta una falla pocas veces registrada. Es como si le faltaran varios retazos. El seguimiento ha durado diecisiete años, aunque es necesario aclarar, que para Amosabel un siglo es como una ligera ráfaga de viento, lo que reduce a un suspiro la corta y perversa vida de Yimi.

En realidad, Amosabel mira a Yimi y de manera automática está analizando a varios millones de seres similares, con almas defectuosas: Yimi es el modelo que los define a todos. Cuando Dios le otorgue una solución, la que a bien tenga, abarcará a todas las almas defectuosas que Yimi representa.

Cada viernes, un grupo de ángeles se acerca hasta donde se halle Amosabel para realizar una reunión que no dura más allá de un minuto. No necesitan juntarse para intercambiar ideas, pero lo hacen porque así ha sido establecido por el creador.

(No me hablen de esto, he sentido fugas de dolor, más porque no percibo la sensación del Señor que por la terrible perversión del alma que vigilo. Aum. No podemos, Amosabel, interpretar o negar, dudar o inquietarnos, amen. Sé lo que quiere significar Airosalon, pero entiendo lo que Amosabel argumenta. Aum).

Sólo Dios sabe cuántas son las legiones celestiales, sólo él tiene la certeza absoluta de cuántos ángeles hay. Los antiguos decían que conformaban miles de millares, seguramente tratando de adivinar lo que ni las matemáticas más complejas pueden resolver.

Dios está en todas partes porque lo que llaman cielo es una concatenación de poderes que vienen del Todopoderoso y retornan a él. Los ángeles son esos poderes.

Esta elemental explicación es para que se entienda lo que podría estar haciendo Amosabel, quien no pregunta, ni cuestiona, ni mucho menos descuida la misión, de estar observando la horrible manera de vivir de un individuo en particular, que a juicio de una señora beata cualquiera, no merecería ni un segundo de la atención angelical.

Yimi tiene la certeza de que lo siguen o lo persiguen. Qué ladilla esta mieldación. Si no me dejan tranquipotro les voy a vaciá el jierro en los marditos chalecos. Siente el corazón acelerado y los ojos  flotando en vértigos; mueve las piernas sin pensarlas. Coñuemadre ¡toma! Dispara y falla y sus ojos alcanzan a mirar la tronera que se abre en el costado de la señora que va por la acera con la bolsa de víveres. Ella grita y caen los tomates como en un fracasado malabarismo. Ya sabrá mañana quién era esa mujer. Se lanza al barranco, rueda hasta la otra calleja y se pierde entre los callejones. Atrás gimen y chillan mencionando un nombre de señora.

Otra inocencia ha caído por culpa del monstruo, dice Amosabel, aún sabiendo que no debía expresar nada. Sus compañeros lo miran sin ayudamiento pero lo miran.

Yimi Loreto mata como si se estuviera orinando: no se puede aguantar. Es tan asesino que casi no es otra cosa.

Ha matado como tú no tienes una idea. Cree que la pistola es la que mata, y ella debería acumular los remordimientos en una cacerina invisible. Él no tiene nada que ver con eso. La gente que lo conoce, cree que debe cargar una pestilencia de pesares por dentro y le da grima nada más imaginarse cómo será la conciencia de ese individuo que habiendo causado tantas muertes, es un muchacho endeble, juguetón y adulante.

Amosabel mira la ciudad y percibe sus efluvios  de ignorancia y confusión de maldad y bondad. La maldad desequilibra el espectro que surge ante sus ojos dominantes, que alcanzan hasta el rincón más escondido y oscuro de la urbe.

Swidenborg, quien hablaba con los ángeles de varios cielos, supo por boca angelical que existen momentos, cruciales tal vez, en que un ángel recibe permiso para convertirse en un ser natural, sin perder sus poderes y puede castigar y destruir lo que merece castigo. Los ángeles están en todas partes, son como unos intermediarios entre Dios y los hombres.  Por estar inmiscuido en la vorágine del mal, sin ninguna pizca de remordimiento, es que Amosabel se hallaba a punto de vivir unos segundos como ser natural, y esto, obligatoriamente, le iba a ocurrir estando cerca de Yimi. Amosabel sintió que iba a tocar la espalda del pistolero. El olfato repentino y crudo casi sorprende al ángel: siempre le pasa lo mismo en ese trance. Montes, flores aplastadas, pasto mojado en la montaña, rocío en las hojas más diminutas, vapores de cocinas, perfumes de un frasquerío, ropa sucia, orina en trapos, en cemento, en pañales; alientos ácidos, lácteos, alcohólicos, podridos; semen, lubricantes, motores, animales muertos, animales dormidos. Y aquí mismo, el vaho que suelta el sudor de Yimi, que hiede a bosta.

No puede evitar materializarse y convertirse en ser humano de repente: es un mandato superior. El Yimi vuelve el rostro, mira al hombre que está a un metro de distancia. Se agacha asustado, levanta la pistola y le dispara a Amosabel en el pecho. Amosabel toca la humedad del callejón con sus manos y rueda por aquel suelo oscuro, mientras El Yimi corre y se oculta en la esquina. Durante las fracciones de segundo en que su cuerpo fue como el de los humanos, Amosabel percibió el dolor y la impotencia al ser atravesado por aquel disparo. En este momento Amosabel desaparece. El Yimi se asoma con cuidado y se aterroriza al no ver a nadie.

Varios ángeles han llegado hasta donde está Amosabel, quien ha vuelto a ser invisible para los humanos. Amosabel se levanta y no habla. El Yimi ha subido el cerro a toda carrera y Amosabel debe alcanzarlo. Airosalon y Galadriel lo siguen de cerca, porque Ardentio les trajo un mensaje para Amosabel.

Amosabel alcanza a El Yimi entrando a su casa, de bloques sin frisar. Esa es su guarida. Allí come y se baña. Allí se prepara y renace. Se detiene y un mar de ángeles se agolpa con él ante esa puerta. En las casas vecinas estalla la pólvora mojada de un rezo. Todas las madres rezan. No saben por qué, pero repiten rosarios, padrenuestros, avemarías. Susto y dolor, preocupación y miedo.

—Ardentio ha recibido la orden: debes hacer lo que creas necesario… -dice Galadriel. Amosabel sabe que ha recibido una incógnita, una prueba. Ya había meditado bastante al respecto, violando las reglas. Dios es sabio y justo. Pero lo que ahora está en juego es su categoría de ángel.  El ama su trabajo eterno de hacer lo que Dios le ordena. El ama a Dios por sobre todas las cosas. ¿Cómo podría tomar una decisión a la altura del Todopoderoso? La única respuesta que se le viene a su mente cósmica, es que debe sacrificarse asumiendo el amor, partiendo de la base del amor.

Adentro, acurrucado en su cama, El Yimi tiembla. Ha matado varias veces a ese hombre que se le aparece de repente. Y cuando ha buscado su cuerpo no ha podido mirarlo. El Yimi comienza a rezar, sin conocer las oraciones. Palpa su escapulario de la virgen del Carmen. Sube la pierna derecha y toca el collar de Changó.

Cónchale diosito, quítame ese bicho diatrás y si es un difunto que desenyoye la lengua y pida por esa boquita. ¿Tá penando? Que se desplique, coño.

Swidenborg escribió todo lo que le comentaron los ángeles que quisieron hablar con él y responder sus preguntas. Por ejemplo, escribió que la inocencia es el rincón del cielo en el hombre y que ningún ángel se parece a otro. Hay ángeles celestiales y ángeles espirituales. Los ángeles celestiales reciben de primera mano la Divinidad del Señor, su sabiduría acontece con mayor hondura. Están en contacto estrecho con el Señor. Por eso son ángeles interiores y ángeles superiores y sus cielos se llaman igual: interiores y superiores. El amor celestial es el amor al Señor. El amor espiritual es el amor al prójimo. Los ángeles celestiales reciben perpetuamente las Verdades Divinas y de manera inmediata las riegan sobre la vida. Apenas las oyen, las llevan a la práctica mediante su voluntad.

Esto también lo escribió Swidenborg: Cualquier oposición que es menester eliminar por ser contraria al orden Divino, los ángeles la abaten o exterminan a través de un deseo y una mirada. Así, he visto montañas, que se hallaban ocupadas por seres malignos, derrumbarse y desmoronarse y en ocasiones, las he visto estremecerse hasta los cimientos, como en un terremoto; y he visto peñascos rajarse de parte a parte y a sus malignos ocupantes hundiéndose en el abismo. Y he visto como eran abatidos y arrojados al infierno, por los ángeles, miríadas de espíritus malignos. Multitudes de enemigos nada pueden hacer contra los ángeles, de nada valen los artificios, ni los ardides, ni las maniobras; pues los descubren y los desbaratan en el acto. Tal es el poder de los ángeles en el mundo espiritual.

Cada vez que lo siente en el cuello, besa el escapulario de la virgen del Carmen y hasta reza un trozo del Ave María cuando está solo en algún rincón de la noche, pero en una procesión que la virgencita encabezaba, se presentó un cogenalga y disparó sin avaricia dejando por lo menos cuatro muertos y doce heridos en la sagrada celebración.

Hace poquito iba subiendo el callejón. La gente se ha guardado en sus casas como si compartieran ese itinerario para no mirarlo ni siquiera por una rendija. Yimi, de todas maneras, mira hacia los lados, voltea a cada instante, camina en zigzag, hurga los techos, se detiene un poco en esquinas y bocas de atajos.

Cerca de su casa es más oscuro y se pega al rancherío como una sombra. Camina lentamente ahora. Siente el escalofrío de la presencia a sus espaldas, sabe que ahí está alguien y sin pensar más nada saca la pistola, se voltea y dispara. En varias casas se escucha el golpe de los que se tiran al piso y el chillido de una niña nerviosa. Yimi observa lo que puede del suelo y no hay nada allí. Se agacha y regresa un poco para ver si el hombre se escondió. No hay nadie. Guarda la pistola y entra acezante a su vivienda.

La gente en sus casas, se queda en suspenso y todos escuchan un quejido leve. Tardan en asomarse pero lo hacen, buscando a la víctima.

Amosabel se levanta, camina hacia la casa. Un rumor de ángeles le sigue. Amosabel atraviesa la puerta como si nada. Se dirige al cuarto de Yimi. Lo contempla encurrujado, en posición fetal. Amosabel no sabe qué decisión tomar en este caso, desconoce el por qué de la orden, que le deja toda la responsabilidad a él.

Lo fácil sería matar de una vez a El Yimi, tronchar esa carrera maligna y absurda, lo que repercutiría de la misma manera en las otras almas deformes que andan asesinando con desenfreno. Una solución sin moraleja, sería. Este pensamiento le vino del grupo de ángeles que llena el cuarto.

—¿Qué haría el Señor en un caso semejante, me pregunto?

No quiere equivocarse. Invoca el amor del Señor. Los otros ángeles lo respaldan en esa invocación.

Todos sienten que Amosabel debe hablar con El Yimi y decirle que ha sido testigo de todos sus crímenes, expresarle lo monstruoso que ha sido; reclamarle su uso de la fe, tan retorcido. Después de hacer eso, Amosabel sabrá actuar con justicia y acierto.

Todos se alejan de allí, dejando a Amosabel con su terrible caso. El Yimi ronca y ni siquiera sueña, no hay remordimientos como para que brote alguna pesadilla, aunque sea chiquita y breve.

—Es mío desde siempre ¿para qué quieres salvarlo? -dice una voz en la oscuridad del cuarto. La voz desata los peores olores de la habitación. Amosabel sabe que es el diablo, pero no lo mira. Ya lo ha visto demasiado. También está en todas partes.

No tiene que mirarlo para saber que parece de piedra volcánica y que todo lo que toca se marchita o se quema, se pudre o se esfuma.

—Ni tú querrías un alma tan incompleta… sólo debería desaparecer, extinguirse, como se han extinguido plantas, animales, energías…

—Ere libre de pedirme que te revele lo que ha originado almas defectuosas… pero tendrías que darme algo a cambio…

Amosabel se inquieta. Ha vuelto a sentir cierto rencor que no debería anidar en su composición anímica, que es tan pura y especial.

—Ya tengo a quien preguntarle y es más poderoso que tú… si no me lo ha dicho, sus razones tendrá… -Amosabel hace un gesto como de sacar una espada y Satanás desaparece.

El Yimi se inquieta en su cama desordenada, que frunce el aire con la misma sábana y los mismos trapos de hace meses. Grasientos. Vive solo. Su madre lo ha abandonado, porque el hijo comenzó a pegarle, aunque siempre estaba trayéndole regalos, cosas robadas. Le pegaba por el pecho. Catapúm. Ella se fue y El Yimi ni siquiera sabe adónde. Se revuelve porque ahora comienzan las visiones. Varias veces, quizás en cuatro ocasiones, disparó a diestra y siniestra contra el mismo bichajo que respira a sus espaldas. Lo ha visto caer y sin embargo su cuerpo ha desaparecido. Tiene que ser la cocaina, que está mala. Es pura mierda. Va a tener que ajustar cuentas con eso. Escucha los pasos, mira hacia atrás, dispara y el tipo se esfuma.

Amosabel lo sigue observando. ¿Podría acogerse a la defensa propia? No. Porque él es inmortal. Pero si solicita convertirse en humano de manera permanente y El Yimi lo asesina, entonces se desencadenaría una situación diferente. Aunque, meditándolo bien, el tarado le ha quitado la vida a varios niños, que por ser inocentes poseen un valor celeste similar al de los ángeles.

Por eso se dijo: La inocencia es un pedazo de cielo en la Tierra.

El diablo se aparece otra vez, pero como acurrucado en un rincón. Amosabel, que desconoce la impaciencia, está a punto de perder la paciencia.

—No te va a costar nada lo que te voy a revelar… porque yo no puedo hacer lo mío tampoco… escúchame por lo menos: es tu deber hacerlo de vez en cuando…

—Di lo que quieras decir y regresa a las profundidades de tu lugar…

—Nunca has hablado con este pecador… pregúntale, sencillamente, por qué mata… has que te lo diga sinceramente… después de eso podrás actuar en consecuencia…

Los otros ángeles han regresado y se agolpan con sus espadas levantadas. Satanás los mira con indolencia. Aunque es el ser más mentiroso que hayan visto y conocido, todos intuyen que está diciendo algo parecido a una verdad.

Entonces se fueron a un sitio donde no estuviese presente otro ser que no fuera un ángel. Y conversaron una eternidad. ¿cómo vas a hablar con un mortal de esa calaña? Y aunque te dé una explicación ¿se le puede creer a un ser tan depravado?

Antorhumerio, que no había hablado, lanzó una pregunta bastante útil:

—¿Por qué no hablas con su madre a ver qué te dice? Ella está a dos pueblos de aquí…

Brumasolario, recién llegando y enterándose, aconsejó: “díle que eres un ángel, pruébale que lo eres y ella te hablará sin mentiras…”.

Amosabel ya se había estado planteando todas esas alternativas. Pero ha tomado una decisión que no admite más pérdidas de tiempo. Va hasta el hediondo cuarto de nuevo, se materializa y sacude al Yimi. Este se despierta espantado, salta y se cae de la cama. Busca la pistola y apunta a Amosabel.

—¡Quédate quieto o te quemo¡ -grita el Yimi.

Amosabel lo mira imperturbable. Le arranca la pistola con un gesto tan rápido que el Yimi se queda pasmado.

—Dime, antes que llegue tu final, por qué eres tan cruel y tan asesino… y no llores, porque tu llanto no conmueve a nadie… has perdido ese derecho…

El Yimi tiene tanto terror, que gime y se acurruca, se cubre los ojos, piensa en ráfagas, que está metido en una pesadilla por culpa del basuco.

—¿Por qué matas, demonio? -pregunta Amosabel, y su voz es tan cortante y poderosa, que el Yimi lo mira asombrado y no puede creer que sea tan brillante y que sus brazos parezcan listones de sol moviéndose en la semipenumbra de su cuarto.

—Mire, panita, yo no sé quién es usté, pero si es un alma en pena lo mejor es que se vaya diendo… yo mato pa que no me jodan… deje que taba chiquito, ando como loco, polque sentía que un bicho me taba pelsiguiendo… lo sentía de noche, lo sentía de día… me resollaba en el lomo… por eso le echo plomo ar que siatraviese… -explica sin dejar de temblar. Y se orina en la cama, aceptándose miedoso y como si cumpliera cinco años. Menos mal que no mestá viendo Guadalupe, la de la panadería.

Amosabel entiende que perderá su eternidad y sus poderes. Pero levanta la mano poderosa y la deja caer, convirtiéndola en espada. En espada, para que no te preguntes después, leyendo los periódicos, por qué la cabeza del Yimi estaba del otro lado de la cama. Y a santo de qué, la nevera y el televisor, amanecieron sin una chispa de sangre. Esos aparatos amancebados eternamente allí, con sus tripeos electrónicos, con sus rumores modernísimos, pegaditos a la cama.

Cuento del libro Los héroes son villanos tímidos, José Pulido, Otero Ediciones, Caracas 2013.

 

La literatura es una peleacontra elolvido

La tragedia está más cerca de la gente que la alegría

los heroes

JosePulido1

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